Temperamento (del latín temperamentum, ‘medida’),
peculiaridad e intensidad individual de los afectos psíquicos y de la
estructura dominante de humor y motivación.
Médicos de la
antigüedad como Hipócrates y Galeno
distinguían cuatro tipos de temperamentos,
considerados como emanación del alma por la interrelación de los diferentes
humores del cuerpo: sanguíneos, las
personas con un humor muy variable; melancólicos,
(Ver melancolía) personas tristes y
soñadoras; coléricos, personas cuyo
humor se caracterizaba por una voluntad fuerte y unos sentimientos impulsivos,
en las que predominaba la bilis amarilla y blanca, y flemáticos, personas lentas y apáticas, a veces con mucha sangre
fría, en las cuales la flema era el componente predominante de los humores del
cuerpo.
Actualmente se
acepta que ciertas características del temperamento se deben a procesos
fisiológicos del sistema linfático,
así como a la acción endocrina de ciertas hormonas. El temperamento tiene, por
tanto, un porcentaje genético nada despreciable. También se acepta, de forma
general, que los efectos intensos y permanentes del entorno pueden llegar a
influir de forma importante en la formación del temperamento de cada individuo.
Melancolía, palabra que deriva del griego mélaina,
negra, y kholé, bilis, bilis negra o atrabilis, designa un estado
emocional que se caracteriza esencialmente por una profunda tristeza.
Melancólicos y
saturninos
El significado etimológico remite a la
teoría fisiológica antigua de los cuatro humores: bilis negra, bilis amarilla
(o roja), sangre y flema. Según el mayor o menor equilibrio entre esos humores,
se hablaba del estado de salud de los individuos. Durante la edad media tuvo
gran difusión la llamada caracterología humoral, que atribuía al predominio de
uno u otro humor una determinada configuración psicológica: melancólicos,
coléricos, sanguíneos y flemáticos.
Por otra parte, se estableció
una correspondencia entre los cuatro humores y los astros: Marte aparece como
rector de la bilis roja; Júpiter de la sangre; la Luna de la flema; y Saturno
de la bilis negra o melancolía. La relación con Saturno tiene una tradición que
arranca en el siglo IX, entre los escritores árabes, y se extiende durante el
resto de la edad media y el renacimiento a través de las manifestaciones
literarias y en la iconografía. Escritores contemporáneos, como Paul Verlaine,
han continuado esta asociación entre los melancólicos, tristes e imaginativos,
y la influencia de Saturno. Sin duda, este vínculo permanece en varios términos
que reflejan de manera más o menos directa la filiación etimológica: una
persona ‘soturna’ o ‘saturnina’ tiene un carácter triste y taciturno. Los
colores del planeta —oscuro y negro—, así como su frialdad y sequedad se
relacionan con la tendencia a la melancolía. Raymond Klibansky, Erwin Panofsky
y Fritz Saxl, en el libro Saturno y la melancolía. Estudios de historia de
la filosofía de la naturaleza, la religión y el arte (versión española de
María Luisa Balseiro, Madrid: Alianza, 1991), han analizado la larga tradición
del tema a través de la literatura y las artes plásticas. Desde el punto de
vista literario sobresalen, entre otros ejemplos, los personajes melancólicos
creados por Cervantes y Shakespeare. Proverbiales resultan, en tal sentido, el
humor melancólico español y el spleen inglés. Desde el punto de vista
artístico, destacan Durero, Lucas Cranach, Matthias Gerung, por ejemplo.
Robert Burton publicó, en 1621, Anatomía de
la melancolía, libro en el que afirma que “la melancolía (...) está en la
disposición o en el hábito (...). Y de estas disposiciones melancólicas no está
libre ningún hombre viviente”.
De la melancolía a
la depresión
El psiquiatra alemán Emil Kraepelin
relacionó la melancolía con la psicosis maníaco-depresiva (véase
Depresión), trastorno que puede aparecer después de un periodo prolongado de
melancolía. Los accesos maníacos y melancólicos se alternan de forma regular,
aunque son más frecuentes los segundos. El primero en estudiar la melancolía
fue el psiquiatra francés del siglo XIX Jean-Étienne Esquirol, que la integró
en el grupo de las monomanías, enfermedades mentales que poseen un núcleo
central predominante (como, por ejemplo, la obsesión).
Los primeros síntomas son la astenia
(debilidad, cansancio), falta de apetencia e insomnio. Posteriormente, el
enfermo inhibe su pensamiento y ralentiza los procesos intelectuales. Cada vez
habla menos, pudiendo llegar a enmudecer del todo. A veces acompañan a estos
síntomas la anorexia y la amenorrea. Su tratamiento, que puede durar unos seis
o siete meses, consiste básicamente en antidepresivos y sales de litio que
reducen su duración y previenen la reincidencia. La melancolía puede llegar a
ser una enfermedad peligrosa, ya que el deseo de muerte es constante y existe
la posibilidad de que el enfermo cometa actos desesperados, como el suicidio.
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